lunes, 24 de junio de 2013

Finales.

Un gran violín sucumbe derrotado por unos brazos de cobre fundido. Unas lágrimas. Un llanto débil de socorro con enquistados brillantes negros. Facetas y más facetas de noche. Pequeños trozos con reflejo de Luna, cariño de sangre entre las piernas, cominos al cielo en una feria pasada por agua de mujer.
No salgo nunca. Dicen que esto es una caseta. Un rhythm and blues brutal de sobredosis flamenca de croquetas y masca lenguas. No vamos a mentirnos. Tantas cosas nos hacen felices como cosas hay con ritmo. Un baile. Una cabriola. Un paso. Un roce bien dado. Sobretodo pasos. Muchos, carreras y descoordinación: mucho camino hecho por otros, como digo yo.
Si no te ves con una mano delante y otra detrás detrás de un charco a la noche, revoloteado por pavanas y comido por  las ganas de fumar, no viviste la feria. Sin esa lluvia de Junio. Sin esas bendiciones a la Tierra de la Isla Verde, que se esconden tanto y son tan visibles.
Salir y ver niñas vestías de gitana. Volantes en la sombra de los dobladillos del pantalón. Pero no importa una mierda lo que yo quiera. Así lo siento yo. Si importara lo que yo quiero…. qué sería del mundo, cuántas caricias de más y de menos se iban a dar, cómo sería una buena juerga….

Al final fui a la Feria para beberme dos copas y vomitar los zapatos de la gente. Siempre es todo más feo de lo que se pinta con cualquier material. Hipnosis en la Tensión.

miércoles, 19 de junio de 2013

Roces

Sobornando rimas con cadencia de barrancos, aupado, como mi gata, al pretil de la terraza. Quise ser perro y no lo conseguí. También lobo. E incluso oso. Pero siempre el equilibrio, el dominio del momento angular, la caída, el salto, la vista.
Me cuido bien el bigote, nunca me afeito. Dicen que es un elemento de tacto importante. Así también lo creo yo. Quise dejármelo largo, luego en perilla, con nociones de ingravidez… Pero he notado que el mejor tacto es la corta distancia.
El roce de vello con piel y saliva. Toda una bendición negada al común de las mortales, cuando se niega, por torpeza del sujeto. Nunca un beso en la nariz por equívoco. Ningún consorcio que no deba firmarse de inmediato.
Me han caído besos del cielo al saltar de una mata a un rastrojo con un simple cruce de ojos, han volado al vacío cientos de miles, como los gatos. He tenido besos domados, redomados, expertos, circunspectos. He tenido todos los argumentos para dar más de uno.
Ahora, aquí, al borde de salir de viaje sin moverme de dimensión, en un solo arriba o abajo, mientras mi vista se delecta con los minúsculos seres del inframundo de mi ático, con las pulgas y los guiños al azul del cielo. Ahora, no tengo tacto, pero, ¿lo quiero?. Quiero un mundo perfecto, porque estoy seguro que puedo realizarlo. Quiero una mentira que sea una de mis verdades y que tenga sentidos.
¿El celo? El celo es poner miramiento en las cosas. ¿En celo?. No. Estamos en Feria y estoy en mi casa disfrutando un Ribera de los líquidos, -tampoco estoy para santos… Quiero saltar, quiero caer, quiero ver.
Saltar puedo, ver veo, caer, siempre en la misma cuenta corriente. Quiero créditos.
La corriente es tan importante como los gatos y como el crédito. Voy a seguir cayendo de pie, sólo espero que no pase un arroyo por debajo y que no me persiga ningún banquero.

miércoles, 12 de junio de 2013

Estrellas latentes

Una canción de alta cuna sonaba en la habitación entonada por una ama de cría singular. Gruesa, dicharachera y beoda. Nadie conocía el por qué aquellos padres de importancia hubieran dado a la niña tanto consentimiento, tanta naturalidad.
No es para menos decir esto, pues se llamaba Agustina Hera Bartolomé Cosío. Al principio todos en el pueblo dudaban de la decisión que habían tomado los patronos del pueblo - se puede decir- en cuanto a la educación de su hija.
Este trato comenzó cuando Adriana tenía seis meses. Por aquel entonces Agustina había parido hace poco y en principio le daría el pecho a la criatura para que a su hermosa madre -muy vigente con respecto a su marido- no se le cayeran las tetas.
Adriana comenzó mamando la leche de Agustina y era dulce como la miel, recordaba ella, ya más tarde, que sabía distinguir el sabor de la leche materna. Quizás por no haber mamado de su madre, quizás porque tenía los recuerdos “despiertos”, quizás porque tenía los pies muy en la tierra desde pequeña.
Tras los primeros años, que fueron varios, Adriana comenzó a tener una amistad sincera con su ama. Primero desde la infancia como una niña que encontraba dulzura y viveza en Agustina. Una comprensión particular ya que Agustina la sentía como su propia hija y siempre, siempre, hacía por entender sus pequeñeces, sus grandezas, sus caprichos.
Los padres de Adriana eran por supuesto muy solícitos, cercanos a su hija y comprometidos pero se creo una cierta complicidad entre la niña y Agustina. Ella era cálida, fértil, un poco atontada en la fortuna de sus rápidas palabras llevadas por el vino. No era una mujer de su tiempo. O quizás sí. (¿Sabemos cómo han sido las mujeres de muchos tiempos? Como estudiante de antropología puedo decir que muy poco.)
Esa complicidad se desarrolló. Cualquier niña hubiera sucumbido ante aquel carácter, la hubiera marcado de por vida en su más interno yo. Pero los padres de Adriana siempre notaron que aquella criatura -como listos Señores que eran- gozaba de una independencia casi sobrenatural.
Así, habían pasado 16 años y Agustina seguía yendo por casa de los padres de Adriana a hacerle el cuarto,  el almuerzo y un sándwich por las noches. A Agustina no le importaba, incluso ponía horarios en casa para que su trabajo fuera como la seda.
Aquella noche, era un quince de junio, Adriana estaba intranquila. Saldría aquella noche a casa de unos vecinos y Agustina, más que su Madre, sabía que algo se cocía: el primer chico de Adriana.
Agustina se acercó mientras ella buscaba ropa en el vestidor. Estaba aquel día repleta de cosas, Agustina. En cierto modo todo el día había estado flotando. No se había dado cuenta hasta aquel momento. Mientras cocinaba, cuando planchó o cuando estuvo arreglando el baño de Adriana. Desde que notó la Tierra bajo los pies al asomarse a su casa con porche frente a la playa (en aquellos tiempos era más fácil tenerla).
“En Punta Paloma sólo hay un chico para ti, Adriana -le dijo-. No le des lo que le darías a cualquiera. Y da siempre sólo lo que te salga del corazón” Adriana pensó un momento y le dijo: “Mi amor sólo es mío y es todo tuyo, Hera”.
Agustina sintió un frío en los brazos y supo que nunca habría de preocuparse por su niña. “Ella iría a un único sitio. Ya era una gran mujer, había visto las mentiras y verdades de cada uno de sus comunes, estaba demasiado cerca y a la vez demasiado lejos”

domingo, 9 de junio de 2013

Vacaciones pagadas. Comidas de lobos.

No hacemos más que perdernos hasta que a los niños les entra hambre. Siempre suele ser así. Ha solido. Ahijados, nietos, sobrinos, la niñez nos salva a todos de la derrota, siempre nos devuelve la sonrisa, encanta el oído y te eleva hasta casi estallar a veces en: “Eres lo más bonito que hay”. “…lo que yo más quiero en el mundo”.
El apetito de los enanos y de las enanas. Las carencias que al instante son llantos, gritos o pataletas que terminan siempre por convencerte. A la niñez todos prestamos tributo, todos damos pábulo, todos damos tiempo y multitud de esperanzas y respetos.
Hay necios que no. No saben que es un préstamo del cielo lo que nos regalan esos años, lo que nos propinan esos locos bajitos. Sus enormes inteligencias, su puro cariño, sus sonrisas, sus picardías, sus ingenios, su abultada madurez.
Yo tengo una loca bajita y un chiquitín parrandero, dichosos frutos de mis hermanos mayores. La chiquitilla ya canta en francés e inglés, y el parrandas tiene un año y pico y parece que tiene tres, -es un nene herculino al que me he preocupado de comprarle sus camisetas de superhéroes. Ella es tan perfecta, ya, que una camiseta de superhéroe le quedaría mal. Y el chico porque aún no habla.
También yo soy su tío, - de los dos-, así que no sé si contarán mis percepciones por objetivo en el mundo de las metáforas que pretendo ser siempre.
A todos nos parecen siempre los más bellos, sólo son tantas cosas olvidadas, tanta naturalidad que se nos escapó y surge en muecas en nuestras caras de babosos cuando te sueltan esa coma o ese punto o esa palabra inmejorable. Cuando tienen más pausa que la mejor alma o más prisa que el mayor ego.
¿Conseguirlo todo, conseguir unas vacaciones pagadas?. ¿Las vacaciones más lujosas?. Disfrutar de la familia y de estos seres que lo tienen todo por decir. En los que para colmo queremos reflejarnos, sangre de sangre, y son siempre superiores, más bellos, más elocuentes en su inocencia que la inteligencia más taimada.
Si no perdiéramos tantas cosas, que formidable enemigo sería nuestro mundo del que ahora es. Yo, sin esforzarme, os recordaré así cada día de vuestras vidas.
Intentando que sigáis siendo así por toda vuestra existencia. Os lo debo. Nos lo debemos. Os lo deben vuestros padres y abuelos. Bendita libertad y bendito cariño y bendita generación. Benditos niños¡¡

martes, 4 de junio de 2013

¿Almas gemelas?

Cargado del cansancio de toser
Margaritas en mis continuas subidas y bajadas
por escaleras de peldaños irregulares.
Una cerveza, otra cerveza, otro cigarrillo,
Un soliloquio locuaz y hasta blasfemo
Que se expande por el aire de los portales.
Pierdo el paso y metódico vuelvo
Atrás la cuenta hasta un principio sin sospecha.
Medias perchas y armarios enteros vestidos
Con bellísimos brocados de Loui Vuitton.
Nunca soñé con el lujo, él me persiguió,
de largo y con valentía, por los caminos más ausentes.
Siempre encontrando nuevos árboles del destino,
Prendado una y otra vez de aquella u otra flor,
De tantas flores… ,y el azuquillar de los sabios,
Y las carreras en las medias, y los senderos perdidos.
Media percha, así me encuentro, señores lectores,
En un trayecto sin barandas ni bordas
Que me ayuden a no caer en un Océano
En el que parece que me encuentro indigno vestido.
Para cuando llegue la otra parte de la percha
Lo mismo ya me quité la vida por aburrimiento,
O por destreza.