viernes, 24 de octubre de 2014

Metas.

Seguía queriendo morderte ahora que estabas lejana como un aroma en el horizonte, más allá de los cubos ajedrezados, junto a las acacias, pasando los huertos del alma y oblicua a todo camino de pescadores. Seguía queriendo morderte con fuerza.
Y toda una iglesia enterita pesaba en mi corvada espalda. La iglesia de tu sangre cruzándose con la mía entre mis dientes, con los tuyos. La pequeña cadena entrelazada de los seres humanos. Con la fuerza enorme de toda una creencia sistematizada que mana de mis fauces y mis fosas nasales: el hambre, hambre de distancia cuando estás lejos, hambre de paciencia cuando tienes prisa, hambre de ti que se guisa con paciencia en la distancia.

Y sigo queriendo morderte con querencia de “pa luegos” y, como bestia salvaje a pies de faraones y faraonas, me rindo y presto mi cuello a tus grilletes porque se que siempre puedo morderte, que me dejarás de buena gana derramar tu sangre por el Mundo. No fueron suficientes Isis y Osiris nunca, son siempre devorados por sus hijos.

Si el tiempo lo permite, se manche el Nilo de nuevo de rojo, con nuestras dentelladas, sin bombardear más las tierras de campesinos con carne débil. Todo ocurre en un dedal en la Tierra, lo mejor que podemos hacer es brindar por él. Nuestro yugo de una cosa muy convencional.

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