Y Sigmund sigue sin quitar el ojo,
Guiñando en el hueco de un clavo,
Encontrado en un paño de lavabo,
Con ganas de limpiar a su antojo.
Y Sigmund corta los torpes abrojos
Del vicio sobre la piedra del esclavo,
Y habla despacio de los eslavos,
Explicando el candor de los rojos.
Y yo me pierdo en todas las jugadas
En las que tiro dados por necesidad,
En las que reitera que no hay azar.
Y advierte del derecho de pernada
Que subyace a su instinto de necedad.
Regálame algo que se pueda amar,
Sigmund.
Que sea tan verídico y fatal,
¿F@llaras
Tu también en el cuál para tal?
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