domingo, 9 de junio de 2013

Vacaciones pagadas. Comidas de lobos.

No hacemos más que perdernos hasta que a los niños les entra hambre. Siempre suele ser así. Ha solido. Ahijados, nietos, sobrinos, la niñez nos salva a todos de la derrota, siempre nos devuelve la sonrisa, encanta el oído y te eleva hasta casi estallar a veces en: “Eres lo más bonito que hay”. “…lo que yo más quiero en el mundo”.
El apetito de los enanos y de las enanas. Las carencias que al instante son llantos, gritos o pataletas que terminan siempre por convencerte. A la niñez todos prestamos tributo, todos damos pábulo, todos damos tiempo y multitud de esperanzas y respetos.
Hay necios que no. No saben que es un préstamo del cielo lo que nos regalan esos años, lo que nos propinan esos locos bajitos. Sus enormes inteligencias, su puro cariño, sus sonrisas, sus picardías, sus ingenios, su abultada madurez.
Yo tengo una loca bajita y un chiquitín parrandero, dichosos frutos de mis hermanos mayores. La chiquitilla ya canta en francés e inglés, y el parrandas tiene un año y pico y parece que tiene tres, -es un nene herculino al que me he preocupado de comprarle sus camisetas de superhéroes. Ella es tan perfecta, ya, que una camiseta de superhéroe le quedaría mal. Y el chico porque aún no habla.
También yo soy su tío, - de los dos-, así que no sé si contarán mis percepciones por objetivo en el mundo de las metáforas que pretendo ser siempre.
A todos nos parecen siempre los más bellos, sólo son tantas cosas olvidadas, tanta naturalidad que se nos escapó y surge en muecas en nuestras caras de babosos cuando te sueltan esa coma o ese punto o esa palabra inmejorable. Cuando tienen más pausa que la mejor alma o más prisa que el mayor ego.
¿Conseguirlo todo, conseguir unas vacaciones pagadas?. ¿Las vacaciones más lujosas?. Disfrutar de la familia y de estos seres que lo tienen todo por decir. En los que para colmo queremos reflejarnos, sangre de sangre, y son siempre superiores, más bellos, más elocuentes en su inocencia que la inteligencia más taimada.
Si no perdiéramos tantas cosas, que formidable enemigo sería nuestro mundo del que ahora es. Yo, sin esforzarme, os recordaré así cada día de vuestras vidas.
Intentando que sigáis siendo así por toda vuestra existencia. Os lo debo. Nos lo debemos. Os lo deben vuestros padres y abuelos. Bendita libertad y bendito cariño y bendita generación. Benditos niños¡¡

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