domingo, 8 de diciembre de 2013

Diarios del pirata III. A Dionisos

Caigo en un dulce sueño despierto de gorros al viento, de palomas en la brisa que parecen pañuelos de seda. Y los árboles van convirtiendo sus ramas en pedazos de lienzo y aparecen caracoles multicolor por las barandas modernistas del parque. Paseo despacio embaucado por el sonar del agua, por los suaves aromas de las hojas de los viejos troncos, multipasado por un pulsar vivo y latente en mi pecho.
Siempre buscando caricias en las cosas, siempre encontrando caricias en las cosas. Aunque a veces sea con dopping. La curiosidad es la peor droga y la visión “nocturna“ una posibilidad para pocos, locos, tarados o enganchados a la vida. La curiosidad fue capaz, al fin, de matar al que tenía siete o nueve vidas. Los gatos son mucho más espaciales que nosotros por eso entienden de las otras dimensiones y de caer siempre rectos -o eso pienso yo.
Los gatos del parque estaban desaparecidos aparte de mi sombra y la de mi colega que estribábamos aquellos caminos como dos focos de coche en un parque de atracciones que se ha quedado sin suministro, donde ya sólo se oyen las voces al cielo de los niños clamando que vuelva la electricidad.
Dispuestos a iluminar a cualquier iluso que se presentase por la ciudad con la naturalidad de reírnos de todo lo serio, de lo confuso y hasta de lo extraordinario. Cuando se viaja sin más meta que uno mismo me parece que se sustituyen los horizontes por puestas de sol. Los ríos por mares. Los árboles por bosques y las casas por templos. Los destinos entonces están todos al alcance de tu mano aunque no seas una azafata de Luthtansa.
El paseo se alargo y visitamos los arrabales de la plaza de abastos con sus diversas razas, las calles céntricas fijándonos en toda la belleza que da el ser humano. Algeciras es una buena ciudad para esto por no ser muy vistosa. Algún comercio hindú, cacharrerías y antigüedades, puestos de tirados que se intentan pasar de listos cuando no los engañas, es decir se engañan ellos por la necesidad. Al final no compramos nada. Me quedé con las ganas de un Osiris en madera que quizá me hubiera valido de amuleto para encontrar alguna Isis y practicar para hacer Horuitos.
Nada de eso. Como siempre nos emborrachamos, perdimos las estrellas sin perder nunca el norte y la iluminación seguía ahí. A veces incomodando, a veces haciendo cordial la angustia de la existencia. La borrachera es siempre lo mismo, como la curiosidad del gato por adentrarse en la otra dimensión de lo desconocido, te hace más espacial, todo comienza a curvarse y a veces a hacerse hasta rococó.
Suerte que la sencillez de él que está desnudo no se asusta cuando le ponen un trapo. Ayer no me dediqué a quebrar ningún prejuicio, no enquisté ninguna idea en un entramado que se creía perfecto, pero suele suceder que cuando estás cómodo ni siquiera luchas con la incomodidad de los otros para su desgracia. Creo que lo que Dionisos nos enseñó es que a veces es mucho mejor pasar de todos y hasta de uno mismo. Sigue siendo otro principio de conciencia. Así que lo pasamos muy bien y bendito sea el vodka negro.

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