miércoles, 5 de febrero de 2014

Paráfrasis al prólogo de Afrodita de Pierre Louis. Éste es mi amigo Jose Montoya

Era alto, delgado y vestía con el gusto exquisito de un gitano señorito francés del XIX. Naturalmente bueno, sencillo, generoso, impresionable, altivamente desprendido -hasta el colmo-, piadoso. A veces ruin consigo mismo, y muy apasionado. Amaba la música y la sexualidad, idolatraba la fantasía y era diestro en todas estas artes. Su norte fue siempre la belleza y la simpatía. Suavemente epicúreo, en el mejor sentido de esta palabra, supo unir los goces físicos y los espirituales en purísimo lazo, en un único agujero negro -o en varios.
La sensualidad - decía- es la condición misteriosa y creadora del aupamiento intelectual y personal . En su alma grande de artista, el idealismo y el sensualismo mezclados abrieron la flor de su misticismo tanto más ardiente cuanto más humano, tanto más vivo cuanto él menos se daba cuenta. Vivir para escribir, realizar siempre la belleza y el colmo, tomarla como guía y como fin, rendirla culto apasionado -como a un perfecto culo de Rip Curl- , ser su sacerdote, pensar, ver, contemplar, amar cuanto era digno de ser amado y penetrado; hasta el lirismo y la pasión: tal fue su ideal, su sueño constante.
Queriendo así un espíritu elegante ante todo tipo de olores a humanidad, y profundamente helénico, al mismo tiempo es hondamente cristiano en lo que esta palabra entraña de puro, sencillo, fraternal y humano -inmejorables complicidades para conocer las caras ocultas de la Luna. Se caracterizaba como él mismo hace notar por la violencia de su entusiasmo y por la serenidad de sus contemplaciones. Sus contemplaciones eran austeras porque él ha vivido muchos más de dos mil años pero su entusiasmo y su condición sólo se pueden resumir en una palabra -a falta e Primitivas-: Esplendor.

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