domingo, 2 de febrero de 2014

La Realidad, en la trastienda

Nuestro protagonista de hoy se llama Carlos. Carlos es un arquitecto muy prometedor que en el suburbial mundo de la crisis para los licenciados trabajaba en un despacho colectivo de profesionales. Se juntan como las ratas, intentando no saltar del barco que se va a pique. Son los pocos que reflotan esto con un esbozo de creatividad entre la insolente mediocridad que nos rodea, entre las aguas arremolinadas que se llevan incluso a los más fuertes, los otros ni hablar.
La Tierra se está acomodando a un nuevo equilibrio de riquezas y poder y resulta que parece que tenemos que ser los ciudadanos quienes lo paguen a costa de sangre, sudor y lágrimas. Toda gran fortuna medra mientras se realiza este acoplamiento, que es lo más curioso.
Pero no hablábamos de eso. Carlos se había despertado temprano aquella mañana y era una mañana de invierno. Con más bien poco calor en la atmósfera y un grado de humedad aceptable para cualquier alérgico a la polución de las ciudades. Un buen día para un Madrid sin lluvias desde hacía meses. Donde el humo de los coches e industrias ya es un microclima singular que se cuela de forma cruel por las narices de los niños. A veces creo que debería estar prohibido criarlos en lugares como éste. Si prohíben el tabaco que prohíban también a los niños en las ciudades, que todos tengan que mudarse al campo. Se ahorrará mucho dinero en el maltrecho “campo” de la sanidad física y mental o espiritual.
Aquella mañana fría Carlos tenía un encargo. Iba a visitar una carnicería que necesitaba de unas reformas en el almacén, la trastienda; se iba a pertrechar de nuevo la fachada con ciertos adornos y se iba a reformar por completo el mostrador y la zona donde se despachaba a los clientes. Podía ser un encargo de cierta relevancia y de bastante provecho para el despacho. La carnicería tenía ya unos años pero la zona de Madrid donde se encontraba estaba cogiendo algún caché. Y si en la Metrópolis adornas un poco el asunto puedes vender mierda de perro que la comprarán tan a gusto y a un precio desorbitado. Es lo que tiene el tener Metrópolis, creen que con su dinero o su tendencia pueden hacer algo importante, marcar tendencia en los territorios limítrofes. Mientras existan, existirá la falta de igualdad entre ciudades, entre ciudadanos. “Metrópolis” suena a eso: a medida para las otras Polis. Y hay que meter en nuestras cocorotas que cada Polis tiene su forma, su idiosincrasia y debería tener sus leyes, gobiernos y costumbres propias.
Carlos no pensaba en nada de esto mientras viajaba en el metro. Mientras leía a Nabokov pensaba en estructuras, molduras, eficiencia de los materiales, posibilidades logísticas….En la pura realidad era un gran profesional de esos que en España se tienen que ganar la vida por cuatro duros por querer vivir en España. El paraíso de los mediocres que pernoctan en Metrópolis. Coaccionado por los equilibrios de “valores”, que afectan al pueblo, hay que joderse.
Llegado a la carnicería lo recibió un hombre de unos 45 con camisa Burberry de cuadros y pantalones de pana. La carnicería estaba cerrada porque ya habían empezado algunas reformas en el sistema de fontanería. Pero Carlos sería el encargado, con suerte, de llevar todo el proyecto.
Paco, el dueño de la carnicería, había hecho algo de dinero importando carne sin certificación de irlanda y ahora quería tener un establecimiento que diera cuenta de sus parabienes, que fuera un ejemplo de elegancia para los ciudadanos del barrio. Quería incluso poner hilo musical para comprar la cadera de res muerta mientras meneas la tuya, que debería pensar él. Era un tío bastante poco fino en todas sus formas. Un cateto de Metrópolis con bastante suerte y un par de cojones para no tener muchos escrúpulos. Ahora es como hace 2000 años. Él que es capaz de abrirte el vientre, va a ser el que triunfe. Si además lo hace mientras brinda con vino por su fortuna, más propio. ¿La rebelión del uno por ciento?.  Jajaajajaj.
Le mostró los enrejados que estaban en un pésimo estado y la zona de expendeduría. La mente de Carlos comenzó a elucubrar cómo hacer de aquel medio-antro un parking de Chueca de las entrañas, los codillos y las morcillas. Paco se sirvió un vino dulce de una botella que tenía tras la barra en un vaso de esos antiguos y ya roídos por el uso -”Ya son las 11” apostilló, y dijo: “Pasemos al almacén que hay está lo gordo”.
Carlos siguió al dueño y entraron. Debería ser Lorca en Nueva York para poder describir lo que vio Carlos, lo que sintió. Ese aire inflamado de sangre, las vísceras y los huesos en cajones, los cerdos abiertos sobre una mesa como si fueran a empezar a parlar, el frío repentinamente se convirtió en un calor putrefacto. Tuvo el tiempo justo de salir a la puerta para colmatar sus nauseas en la acera. Entonces levantó la vista, un poco avergonzado, y sobre los enrejados, un gran cartel rezaba: “CARNICERÍA METRÓPOLIS”

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