lunes, 5 de marzo de 2012

A mi Zíngara, con todo el amor del mundo

El lamento esquivo del violín
Cantaba en la estrellada sin márgenes.
Entre los trapos y los cascabeles,
Soñaban tus pies, ecos del infinito.

Bailando en la cercanía del fuego,
Brillaron tus ojos con embrujo de gata,
Y entre los faroles y los cantaros,
De aceitunas y vino maduro,
Se olía tu perfume de jazmín y campo.

A personas pequeñas gustaron palacios,
La alma grande del violín
Vive en caja menuda y de madera.

Sonando, esquivó el agua y la arena,
El manantial de sus pies.

Y su pelo, hecho para calentar nubes,
Confundió el sol a la noche.
-Y ese calor indiscreto de lo descalzo-,
Seguía al violín y al croar de los sapos.
Pupila láctea.

Carboncilla para las costuras vitales,
Y temblor de la música en sus caderas,
Que no sabe seguir el espasmo.
Pintada con tantos colores, su caravana,
Como el arco iris de la edad de la madera.

Qué gran música, que sueño de libertad
Y holgazanería. De errante, y camino al andar.
La Zíngara se consuela con su tímpano,
Y yo sigo mirando el fuego,
¿Quién baila entre estos árboles??

Si no fueras tu y yo,
Si lo fuera,
Seguiría el violín,
Hasta el infinito de tus caminos.
Y confundidas la sombras,
Ella me besó.

Gracia y pausa tiene esta gitana,
Para bailarle al compás de violín y vida¡¡¡¡
¿Cómo se es sabido dentro del dolor?,
Ella canta a la noche, y hasta a la mañana.

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