martes, 26 de marzo de 2013

Ficciones Gaditanas II. Orejas de Avestruz

No existen príncipes con orejas de burro ni doncellas con flamantes plumas de avestruz. “No” respondo a tu pregunta locuaz hasta la estupidez. “No” te digo entre las sombras de mis sabanas. “No, no me correré, hermosa”. “No voy a festejar hasta que se hundan tus piernas en un delirio de temblores y rumores de querer atraparme”.
Hay mujeres que no saben querer. Hay mujeres que quieren demasiado. Y las que nunca se quieren. (Los términos medios son más aburridos) Las primeras olvidaron que tiene pechos, las segundas se subliman y las terceras son dignas de “domar” a vara y látigo de lengua mordaz de cariño, de caricia inconclusa -con sigilo y suspense-, de besos en el cuello.
La rendición de la fría.
Estela era una muchacha joven, linda al extremo y con curvas de miel y copo de nieve. Estela nunca había encontrado que una polla entre sus muslos la quisiese, la amase hasta el fondo, le penetrara en nuevas formas de interior. Estaba acomodada a la simpleza de una vida que no le había dado regalos, tan regalada que estaba.
Aquella mañana estábamos tomando un café mi amigo Federico y yo. Estela llegó con unas amigas. Todas eran azafatas de los barcos que recorren el Estrecho. Las contrataban en origen, como si fueran un saco de patatas de Sanlucar. La realidad era que estas chicas del Este de Europa eran mucho más educadas, capacitadas, hablaban varias lenguas e incluso practicaban el francés, algunas, con los Capitanes -un Capitán pone mucho, me han contado.
Yo además de los carnets y permisos debo tener planta. Pero Estela pasó por mi lado y notó mi mirada de gaditano impúdico y amoral y soltó incluso un chascarrillo de “petardo” -en su idioma natal.
Allí seguíamos tomando un café, luego nos dio con la charla por pedir una copa, y hablábamos entrecortados de un minuet de Tschaikovsky, de un poema del que suscribe, unos cuadros que él había visto en Sotogrande, y de las tonterías del entrenador de moda en el futbol mundial.
Con las bromas y las distracciones Federico acabó poniéndose a un piano de segunda con buena reverberancia que había en el garito, sobre el que había un gato de escayola negro y un jarrón de los 60 con un ramo de margaritas. Y Lírica, que así se llamaba la amiga pelirroja de Estela -luego nos enteramos- no paraba de sonreír a Federico. Parecía verlo hermosísimo, que se acerco al piano cuando intentaba chapurrear malamente algo de Chuck Berry.
Yo pensé que lo mismo el gato maullaba y me puse a canturrear en sueco de la bahía mientras miraba distraído hacia la camarera. Pero de la forma más inopinada Lírica se nos dirigió (no había Capitán ni mejor Dandy por supuesto) e invitó a Federico a tocar algo de Chopin. Y un poco después estábamos todos a una mesa intentando comunicarnos en perfecto español -con el que se habla a Dios, como decían en el XVI.
Lírica y Basi eran dos chicas más sueltas, Estela en cambio miraba como con un cierto rencor, con algo de rabia a la vez que el deseo incontenible de sus hormonas, hubiera sido una bacante perfecta lista para cortar cabezas. Para bailar tintineando al placer del dios y mancharse de sangre sus quereres.
Llevaba un vestido con flores moradas, grandes, sobre un blanco terso que rivalizaba con su piel de oro blanco…pero no entraba en la conversación…. Era notorio que tenía mucho que decir pero la atenazaban mil resquemores…(deben ser malos recuerdos, malos encuentros, demasiadas decepciones, malas percepciones, tactos sin tacto, soledades....) Cada vez más distendidos con Lírica y Basi, que afirmaban haber aprendido castellano en unos 6 meses, yo seguía poniéndome barreras.
Y esos ojos grises fugitivos, ese gesto felino de ataque….no dejaba de mirar a Estela. Quizás que me hubiera puesto de petardo me daba un escalón más. Había donde escalar. Siempre gusté de los altos muros y de trepar a balcones sin atender a mi estrabismo ni mi vértigo. No se trataba de cazar, más bien se trataba de enseñar, de que esa potencia no chocará más con las paredes de su mínimo imperio de sensaciones, de ver la flor de abrirse. Lo juro, toda mi vida he querido ser jardinero.
Ellas bebían vodka a chupitos, nosotros vodka con zumo de naranja y el dinero iba acabándose. Pero aquello no hacía más que animarse. Basi intentaba cantar flamenco acompañada al piano por Federico. Lírica se había puesto a recitar subida en una silla con una corona de cartón no sé que himno del régimen comunista. Yo bebía intentando perderme en los ojos grises.
Ya que todo era bastante distendido, y de vuelta de la barra, me acerqué a ella, que estaba sentada y la cara de petarda la tenía ahora ella. De vez en cuando soltaba alguna risilla viendo cómo se estaba poniendo el asunto. Con cierto temor, con ciertas dudas, con peligros, cuando el peligro era ella.
Me subyuga la grandeza contenida, la grandeza que asusta al sujeto mismo, cuántos no se han desarrollado por este motivo son cientos de miles, millones.
Con mucha delicadeza, y sin pensar en absoluto en arrancarle las bragas, intenté hablar más en tranquilidad con ella. Y yo soy muy simpático, por suerte o desgracia, y en cinco minutos ya íbamos haciendo unos pinitos importantes en el idioma de los dioses.
Ella llevaba aquí cinco meses y yo tuve cinco horas de caricias que querían ser las primeras para ella y para mí.

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