jueves, 30 de enero de 2014

Sabios a la Providencia

El menú del chino era de tres platos a elegir. Uno de ellos debía ser arroz tres delicias y te lo servía una especie de momia coreana con el delantal medio caído y sucio. Era un barrio popular. Ingesto de humo de castañas asadas y con cuponeras vendiendo la fortuna por cada esquina.
Por algún motivo había tocado aquel antro. Tras la barra un chino bastante circunspecto y con bigote y gafas de sol de los ochenta vigilaba en todo momento los movimientos de la coreana que compró hacía seis años -con la que ya tenía un hijo- y el benjamín de su hermano que lo habían traído desde china en un contenedor de relojes y transistores.
El mundo se estaba globalizando y no había remedio al tráfico de personas, sobretodo si ellas estaban tan a gusto. “Es más fácil enseñar a una persona a comer mierda que a un perro a comer lechuga” fue la primero que dijo tZú antes de sentarse a la mesa y viendo el panorama -después de veintiséis siglos su perspectiva había empezado a cambiar.
Pluto, que así lo llamaba tZú, había llegado a las mismas conclusiones: “Todos estaban equivocados”.
Después de veintiséis siglos seguían conjurándose los mismos prejuicios, los mismos juicios simples -vacíos de ideas- que nos llevan al derrotismo común. “Un perro acaba comiendo lechuga” dijo.
Los dos que habían sido alcaldes en el cielo de los desestimados habían pensado de largo y mucho, con ideas, sobre lo que era un buen gobierno. Pero veintiséis siglos después y en la Bajadilla se hacía patente, por donde comían, que ya los asuntos materiales y reveladores del buen gobierno, no era lo que les iba a importar.
Ni siquiera el buen orden del pensamiento, ni siquiera el equilibrio o la benevolencia los llevaban allí.
TZú pidió un plato de arroz tres delicias donde aviso que la tortilla estaba hecha con tiras de celulosa sobrantes de un secador industrial de una fabrica petroquímica del sur de la provincia de Hainan. De entrantes pidió un fideos calientes y de segundo una ternera al curri, -él siempre quiso traspasar fronteras.
Nuestro amigo con nombre de perro flauta -nunca mejor dicho- se decidió por el arroz, unas olivas que pidió con descaro a la camarera coreana, la cual, después, y a pesar, de vivir ya trece años en España, no sabía de lo que le hablaba. Pluto pensó que se estaba quedando con él. Pero el chino de las gafas de sol se acercó al bar de viejos y tintos que estaba puerta con puerta para agradar a su cliente. Como él de la barra del bar El Trancazo estaba en ese momento pasando unas posturas de polen a los niños del barrio, su mujer le dio al chino unas olivas que llevaban allí un cuarto de siglo. “Menos mal que los encurtidos aguantan”. De segundo pidió un cordero al jengibre sin tener nada claro que en aquel garito supieran tampoco lo que era un cordero a no ser por las preferencias sexuales del cocinero.
De forma decidida tZú y Pluto tenían poco interés por la comida. Tomada la comanda por el benjamín con una libreta roída, había otras cuatro mesas en el garito. Tres vacías y una con una pareja joven de unos 16 años que se veían completamente enamorados. Irían allí a hacer la cena romántica que les pagaba el padre fontanero de el chiquillo y la madre de ella que limpiaba escalereas cerca del puerto- lo tenían pensado desde el martes.
TZú y Pluto los miraban con cara entre complaciente y contrariada, no quiero saber si era por lo que iban a comer.
Al final llegaron los platos y ambos se pusieron a comer en silencio como si comieran maná, como si estuvieran agotados por un largo viaje o si la comida se estuviera sirviendo en un banquete real. Con boato y corte tZú se atusaba las puntas de los bigotes con la servilleta de papel ya manchada. Pluto parecía más ensimismado todavía con cómo funcionaba todo.
“Después de veintiséis siglos, todo sigue igual o peor” Pluto preguntó “¿Para qué tanto sufrimiento? ¿Para qué ser cabeza, encontrar cabeza, si el cuerpo está podrido” tZú le preguntó si se refería a la comida. Pluto le respondió: “Yo llevaba cadenas pero me aseguraba que otros también la llevasen. Y que fueran cadenas suaves como una buena frase”. tZú dijo: “Las jerarquías lo son todo, tú lo sabes. Por mucho que hayamos luchado nunca seremos todos iguales”.”Sí, porque ya llevamos visto que hay muchos que prefieren ser ignorantes” tZú dijo: “No lo habría dicho a mis pupilos así pero esto es la providencia y por eso tú y yo comemos hoy aquí”. “Ya no quedan costumbres ni ideas que nos valgan una República… ¿A ver dónde nos manda mañana?”

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