jueves, 16 de mayo de 2013

“Genios”, ¿para qué?

Ánaro de Persia fue el inventor de las llamadas pilas sumerias. Lo llamaba así su hermano pequeño porque su padre y su madre lo llamaban An. “An” era un vocablo utilizado para llamar el bocado de los caballos, un invento antiguo venido del lejano occidente, de entre las aguas. Ánaro nunca lo entendió de pequeño.
Ahora contaba ya 16 años y era todo un hombre. Su padre era un ejecutor en las minas de un potentado de Ur, minas de antracita y malaquita. An conocía la vieja historia anterior a que el mar trajera en sus olas miles de esclavos. En las minas siempre se escuchaba.
Aunque tenía bien prohibido entrar en los pozos de prospección, en sus paseos junto a su padre por las antorchillas conoció como los annunakis habían enseñado al primitivo Padre a iluminar a sus hijos en las cuevas con tinajas de vino pasado. Tal tecnología sólo pertenecía ya a los mitos de su pueblo pero también recordaba como cuando contaba ocho años los obreros de padre desenterraron una misteriosa tinaja de las entrañas de la tierra.
Él que era un niño de siempre amante de las ruedas, de las norias y acequias, de las yuntas de bueyes que arrastraban arados, incluso de una azada, se fijó mucho en aquel artilugio. Por supuesto cuando la desenterraron no portaba ningún tipo de vino como decía el mito que le contó su padre. Tenía una tapadera de un material parecido a la brea seca, una barra de hierro en el interior y estaba rodeada por un cilindro de cobre.
Incluso recordaba que en aquella pequeña maquina que se presentó a sus ojos de niño podía verse el hermoso material que siempre se importó del occidente para templar mejor las espadas y darles su fulgor gris en la noche.
Con los años intentó reproducir y entender aquella maquina. Cuando jugaba pensaba en ella, y en clavos y en estacas y poleas. Le gustaban los arcos y encender fuego. Pero para nada podía entender que aquello que le contaba su padre fuera cierto. Nadie podía iluminarse con aquello.
Cuando logró su más amplia reproducción logró erizarse los pelos y no sabía si fue por casualidad. No sabía si le vino un frío o un calor. Pero todos sabían que el vinagre enfriaba y calentaba. Incluso el médico de su padre le aconsejó que no ándase con esas tonterías. Qué no podía salir nada bueno de jugar con los mitos de los Antiguos.

Eso, exactamente, fue lo que me pasó ayer. No sabía si se me erizaba el pelo por calor o frío, o por corriente. No tenía claro con qué mitos jugábamos. No sabía “cuántas formas hay de iluminar Europa” ni qué cojones pinta la muerte ni la vida. Ni siquiera sabía si es justo no estar enfermo o no morir. O ¿no vivir?. No sabía si se puede jugar con los Mitos de los Antiguos. Ni si tendremos tiempo.
Me parecen fabulosos los descubrimientos. Y que se curen enfermedades a ancianos, para que sean más ancianos, porque parece que tenemos la manía persecutoria egocéntrica de pervivir en este planeta….Lo mejor de todo es que todo ese cúmulo-nimbo de deseos e impulsos por lo regular sólo es producto del Amor. Porque amamos y nos aman queremos permanecer.
La reflexión cojonuda es: Si queremos permanecer por qué no lo hacemos como lo hemos hecho cientos de miles de años, incluso con esperanzas de vida muy altas en ciertos periodos. Y en lugar de ello vemos que en ciento cincuenta años hemos casi destruido el planeta por este camino… haciendo piezas de piezas sin comprender para qué sirven, intentando iluminar nuestros cuerpos con celulosa que no cura nuestras heridas ni seca nuestras lágrimas, ni encenderá teas en nuestras profundidades.
Se pueden inventar muchas cosas para que las prohíban los Oráculos. (O la Oms). Se puede contestar al devenir con preguntas, con respuestas e incluso con disquisiciones. Yo tengo una cosa clara. Tomando todo como una pieza se hace un despiece o se monta una maquina pero no se levanta una persona al éter. Qué os gusta malvivir ;-)

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