jueves, 16 de enero de 2014

Historietas de un paseante orientado

En Las Palomeras crían gallos de pelea en carritos de la compra volcados. Se levantan temprano los gitanos para darles el pienso y comenzar el entrenamiento. Les pulen los espolones con limas y los acicalan.
Ciertamente es normal que en una barriada con un 80 o 90 por ciento de paro se vean obligados a crear entornos de competitividad. Allí todos tienen la vida resuelta aunque parezca mentira. Unos venden droga y otros, los menos, son currantes raspaos o pasan tabaco de contrabando.
No es una de la barridas del Campo de Gibraltar donde el tabaco este más de moda. Allí se fuman otras cosas desde por la mañana y los viejos se mezclan con los jovencillo canis, cada cual en sus bancos aunque todos se conozcan.
Un día un viejecito de estos me daba indicaciones.
En Las Palomeras nadie paga el agua ni en la práctica la electricidad pero tienen unas teles de plasma cojonudas, frigos de dos puertas y Volkswagen Golf con equipamiento deportivo. Los niños se pasean los días entre semana en sus Quds y todo el mundo, casi todos, van en pijama -sobretodo las mujeres.
La barriada se levanta tarde y se acuesta tarde. Tampoco pagan comunidad en los bloques así que aunque los pisos estén cojonudos por dentro, las escaleras y los portales son del aspecto de una Praga en plena guerra.
Las personas allí son también muy amables, un poco combativas si sientes miedo, y escuchan flamenco a toda pastilla desde las once de la mañana. Hay cucarachas de las pequeñitas en las casas más deterioradas y yo le he pagado el desayuno a algún que otro niño de las familias que están peor por honradas o desafortunadas.
Allí se ven las criaturas que comen un mendrugo de pan y un vaso de agua para desayunar y quien come angulas en nochevieja pero todo el mundo es muy discreto y no soportan un insulto ni en lenguaje coloquial. Y no se alteran cuando entras en sus casas aunque la mayoría no te deja cruzar ni el portal.
Los Junquillos para eso son mucho más amables: pueden estar desmontando un coche o embolsando pastillas que entras para dentro con total cordialidad.
Al final, con el tiempo, estoy seguro que todos me dejarán entrar en sus casas. Si me sentara con cada uno y tuviera algo más de autoridad en mi trabajo estoy seguro que todos, o casi todos, estarían encantados de que se les mirase el contador.
Cuando te dedicas a entrar en las casas de las personas hay un truco fundamental: hazlo como si fuera tu casa, no mires los detalles y no te asustes por nada. Es como un perfecto pasaporte al mundo de los gallos.
Yo, cuando vi que los criaban, pensé que ellos mismos serían mucho más gallitos. Y llegué a una conclusión: en su espacio a la gente le gusta vivir con amabilidad. Pocos sitios hay donde se estén gritando todo el día o te abran la puerta con mala cara. Y si se están gritando y llega “el del agua” se calman un poco. De lo que me siento orgulloso.
Llevo cuatro días de vacaciones y ya se acaban y estoy seguro que muchos habrán echado de menos esa sombra iluminada por los reflectantes para que no lo atropellen los coches.
Virgen de Lourdes la echo de menos, la hago poco. Siempre echo más de menos estás barriadas de personas del pueblo que te dan la mitad de su mendrugo de pan o te hacen rebajas en el ego y la dichosa clase.
Yo digo como esa canción de Los Delinquentes, nada tengo que ver con los bigotes señoriales. Esos muchas más veces son gallos de afilado espolón. El hombre cuanto más tiene más quiere y por lo tanto menos infeliz es.
En cambio en barridas como ésta se escucha cantar a las mujeres por las mañanas, se los ve cómodos con sus zapatillas de andar por casa. O los jóvenes están más que contentos con sus trapicheos y unos porritos en una esquina que esté limpita.
Luego hay un montón de señores y señoras de barrios altos que no se acercan como personas ni a un cuarto que estos “pobrecitos”. ¿Quién es más feliz? ¿Dónde está el bienestar? ¿Quién aprovecha más su vida?
¿Y los que están mosqueados todo el día por este o aquel asunto? No aconsejo criar gallos, ser dueño de un corral es un trabajo muy costoso. El hombre siempre desea el poder o el reconocimiento. Y ¿dónde está el reconocimiento para estas personas que viven como pueden y quieren y son felices?
Nada. El Balón de Oro se lo tenían que haber dado a Juanito el Golosina que es uno de allí que lleva un chupa chups tatuado bajo la cintura y siempre le pega un hostiazo a la pelota de los niños porque le toca los huevos.

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