martes, 16 de abril de 2013

Disfunción de lo japonés.

Me han regalado unos pañuelos tokiotas para guardar los tetras de sake. No es que me guste el licor de arroz de forma desmedida. Sino que la gente casi nunca sabe que regalar. En una gran urbe elige uno de forma compulsiva el detalle que le sublima cuando no sublima a nadie en Cai.
Tengo un rincón japonés en casa, uno en el cuerpo y otro en el cerebro. Pero todo lo que me ha interesado esa cultura me ha servido para volverme más hacia dentro, más autista, más catatónico.
Decidí ante tal tesitura absurda y vana hacerme daño en el cuerpo. Ya saben: La letra con sangre entra.
Y mi preferida: La sangre es la vida.
Así que después e mucho estudiar, de practicar tai-Chi, de leer algunos ensayos por arriba, de entretenerme desde pequeño con la particularidades de aquella cultura, decidí mezclar mis creencias con sus fuerzas para hacerme ese rincón del cuerpo todavía inacabado.
Una serpiente emplumada surcada por un rayo greco romano en señal de lealtad, firmeza y marcialidad.
Los japoneses suelen adorar las fuerzas naturales. E incluso se atormentan con sus oscilaciones y temen los fenómenos. Pero temen a pocos de los otros hombres.
Una cultura que entra en guerra con un “cuchillo” frente a un fusil, algo tendrá de encomiable. Una cultura que venera la caligrafía, algo encomiable tendrá. Además creo que hacen los mejores tejanos y son los amos del mundo vendiendo trastos para la limpieza de cerebro.
Creo que ya en breve sacarán ese wc soñado que te refresque el culo.
Los pañuelos la verdad es que son preciosos. Y traían, muy metódicos, instrucciones precisas de cómo realizar los nudos para la conservación fría del saque. Que no sé qué tendrán los pañuelos. Pero si ellos dicen que mantienen el frío habrá que creérselo. También dicen que el tai-Chi moldea, modela y precisa la energía vital y estoy seguro de ello.
Igual que pueden defenderse de una katana con los brazos, manos y piernas y esto parece más imposible.
La disfunción de la cultura japonesa es su superioridad, su incredibilidad, su talento y su sacrificio hasta el último suspiro. Qué digo. Seguro que los japoneses casi ni suspiran. Corren a coger el gazapo.
Trabaje hace años con un ingeniero muy cualificado de Tsukiyima Kikai Co. Todos trabajábamos de ingenieros con nuestras mesas con alas y nuestras gafas con montura de oro de Sudamérica.
El tipo llego, no había mesa, se sentó en el suelo, desplegó sus planos y a currar. Los ingenieros españoles de BMW 525 se reían de él, les parecía un señor con demasiada confianza en sí mismo creo yo. Cosa de la que ellos carecían de cerebro a polla.
El japonés con su mini pene, que tendría de seguro, les partía la cara a todos aquellos faraones.
Ya había pensado mucho en las cualidades de estos seres de Cipango, había admirado sus huertos de Okinawa y la insospechada, e investigada, eternidad de la vida de muchos de ellos.
Así se puede. Entiendo las luchas del XIX por quedarse aislados y la lucha de sus emperadores por sacarlos de su catatonia, de su autismo casi divino, de su particularidad rarísima de ser ellos mismo, de comprimir sus costumbres en ellos mismos.
Creo que es una de las culturas más auténticas de la tierra pero eso sí, inaccesible, hay que tener fe, hay que tener dedicación, hay que darle sangre y vertirla.
¿Dónde compro saque en Cai?

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