martes, 2 de abril de 2013

Los Titanes, la Sirena y el marino

Tengo la voz rota de tanto caminar mi lengua los pasos tras los que te mueves. Quiero descubrir tu futuro, tu vacío y el lleno. Implementar tus ojos con el llanto de los míos, con su lenguaje, con la vasta sensibilidad de ser cuerdo y estar a tu lado.
Ni pestañeos, ni devaneos, dos miradas que se saben hasta el infinito aún cuando las décadas nos separen. Sé ser de lo que me admira. Sé leer en lo que es mío. No sé sentirte.
Pero persigo, persigo una sombra en la noche, una luz difusa en un paralelo no navegado, un espejismo en un desierto de olas saladas….y quiero mi azúcar, mi miel.
Ni más dunas de mar, ni más reptiles, ni peces voladores que vengan a mis redes.
Es tan difícil leer, es tan difícil sentir, es tan complicado inmiscuirse.
En una ocasión conocí una sirena. Estaba hecha de la espuma del mar y la injundia colérica de los volcanes submarinos. Solía navegar con su larga cola las fumarolas abisales. Y sus ojos eran como dos faros de Alejandría para los hundidos, para los perdidos y los advenedizos de profundidades.
Un día salió de la mar junto a mi barca y se puso a rezar, no sé si era un rezo, un quebranto o un canto triste de los que despiertan paz en el corazón.
Cantaba a la dicha incierta de los marineros pobres de solemnidad. Los que salimos a coger boquerones con lámparas de aceite. Su canto me podía y a punto estuve de tirarme por la borda. Pero no lo hice.
Baje con suavidad de mi barca sujetándome con mis brazos tatuados y emprendí el baño. Me acerqué a aquel ser que parecía mentir desde el infinito. Pues no podía ser real. Ni podía tanta belleza resumirse en un sola entidad.
No podía creer que tanta verdad no fueran los dioses. Pero quedaba claro que aquella era una criatura divina. De aquellas que aparecían en la Iliada y sobornaban los corazones de los héroes.
Y a un marino. A un pobre marino se le aparecía aquella dama de los Océanos.
Al acercarme ella no sintió miedo, ni siquiera se retiró un poco. Es más me hablo al oído. Allí los dos metidos en medio de la hermosa bahía.
Y dijo: “Los gigantes se encuentran con el tiempo. Como Abyla y Calpe. Y al final quedan petrificados en esa mirada”.
Y con un coletazo se impulso hacía el abismo tal y como había aparecido. Con su belleza, su tacto coralino, unas lágrimas de miel y un sonido de música que el agua atrajo hacía las profundidades.
En su voz lo comprendí. Mi paciencia de marino, mi pesca de hombre de poca fortuna, eran un sino delicioso. No debía esperar más, ni contenerme, ni elegir, sólo acabaría siendo una estatua de piedra junto a ti. Estaba escrito.

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