lunes, 18 de febrero de 2013

¿La vida? La magnitud de mi carcel. A una farsante

Para mí la vida es arte -me llamen esteta o sin vergüenza- cada momento, cada roce, palabra o instante. La vida es arte o cagada. No existen más remedios. No existe mentira ni verdad, libertad o esclavitud, no existe bien ni mal, ni tu ni yo.
Existe la relación científica entre el momento que pasamos, cuál es nuestro comportamiento, y qué da nuestra cabeza de sí.
Para algunos la vida es sencilla y yo me apunto a este bando. Las percepciones, la palabras y los gestos o actos salen solos. Fluyen en un devenir que no nos paramos a pensar. Que sólo intuimos incorrecto o erróneo cuando alguien nos da una patada y nos saca de nuestra realidad sustentada en las cenizas de un fuego muchas veces fatuo.
Cuántos arden con naturalidad, no me importa. Ya he dicho muchas veces que la inteligencia sirve para unir y no para disgregar. Y todos somos nosotros mismos la mayoría de las veces mientras no nos domine la obsesión, la paranoia, la soberbia o el prejuicio. Mientras seamos capaces de "volver los ojos" podremos regalar el interior de nuestra cabeza, cabeza que actúa como corazón, corazón que actúa como mano, mano que actúa como ojo.
Yo de pequeño quería pintar, me sublevaba en mi interior y me hacía amiguchi de todo aquel que tuviera buena mano para el trazo.
Luego comencé a intentar expresar mis pequeñas cosas a través de la pluma y mi mínima conciencia. He hilado palabras desde que tengo razón. Desde que existen musas en mi vida...un árbol con mujer, un sueño con damas, un terreno baldío repleto de féminas o, más simple, una mujer, "cualquier potencia generadora de vida donde uno puede introducirse" (Perdonen, los tont@s)
Cuando dejé de escribir, por motivos duros, -fatales para mi vida-, resultó que fue el comienzo de una nueva manera de ver, de verme. No podía dejar de vivir la belleza pero en ese momento ya no tenía soporte.
Así que comencé con la segunda alternativa más válida -buenos Vitorinos- el conocimiento del medio. Y me perdía con todo, me distraía con la majestuosidad de una mosca en vuelo o con la gota de moco que cae lenta del morro de aquella res. Cualquier planta, o el mar, o las estrellas, o los dedos de mi mano eran un Universo.
Así, empecé a ir al médico y a tratarme. Yo sigo sin creer en Freud, sigo quedándome con Jung. Y sigo dándome cuenta de que cada vez me parezco más a aquel pobre loco pero con la conciencia de pobre loco. Y eso me ha hecho un hombre, para mí mismo, muy rico, rico porque mis ojos son mi mano, mi mano mi corazón y mi corazón mi cabeza.
Y cuando llega este punto dejas de creer en todo y empiezas a saber cosas. Lo hace el cerebro sintomático. Estás desnudo y bien vestido y resulta que no hay lugar para la equivocación si la equivocación no es arte -súbditos de la belleza.
Y cuando no es arte y te parece cagada resulta llevarte a un horizonte aún más artístico. Pues sabes que eso ya no es posible. Que llevas muchos años en tu percepción acumulados de belleza que ya no te deja nunca, no es capaz de separarse de tí una milésima aunque estés rodeado de ratas.
Y entonces piensas, ¿será que la vida es arte y nadie lo ve?. Y ahí comienza el cachondeo. Apúntense todos que sobran risas y festejos

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