miércoles, 16 de septiembre de 2009

Ara Al Yacir Campo de Gibraltar

A mi lira me abrazo descabellado y enhiesto
Para relataros vuestra magnánima ignorancia
Por ser los habitantes de un pueblo funesto.

Os hablo a aquellos que sois sombra de sustancia,
Los que sólo entendéis del presto y del vuelo,
Y menospreciáis la belleza y sus fragancias.

En mi alma, si os pienso, penetra el desconsuelo,
Me tiro de los pelos y quedo estupefacto y loco
De ver el modo en qué tratáis nuestro bello suelo.

Nació cierto día la vida a orillas del estrecho,
Era su medio pleno de salud y rica belleza,
Eran sus ríos a los peces, como todo, estrechos,

Sus vegas anchas y fértiles se estrechaban
Por las peñas hastías de árboles y matorral;
Los animales que estas tierras albergaban

No los encontraríamos en un parque natural,
Y en toda esta vida se halló en tiempos el hombre,
Que con su tez pasmada sólo contemplaba mar.

“Allá Tierra, acá el Estrecho. Más allá, el nombre”
se repetía sin parar en su cautela de marino,
hasta hacer del todo estrecho y del estrecho hombre.

Y qué pasa al estrecho. Pues que está contenido,
Que va y viene sin prestar atención alguna
A naderías y que carece, por completo, de sentido.

El estrecho es un viento furioso de mar,
Una tempestad sublime, un canto de guerra,
Y muerte, insondable, como feroz huracan,

Es un ansia reprimida de derramarse;
Un ser él con constancia y con la violencia,
Cada segundo, de amar y despreciarse.

De envalentonarse para, preñado del sin sentido,
en su estrechez, dejarse caer de nuevo;
volver a morir en la insolencia de ser el mismo.

Es el presidio pasajero de la libertad.
Que despistado nada hace por esta nadería,
Sino él mismo percibirla obnubilado pasar,

Sin alargar unos brazos que no tiene,
Porque los estrechos no actúan,
Los estrechos se sostienen.

No hay comentarios:

Publicar un comentario